domingo, 19 de enero de 2014

LOS ASESINATOS REALIZADOS POR MENORES MÁS SONADOS (ESPAÑA)

Como vimos en la anterior entrada, los menores asesinaron a sus victimas por celos, por envidia o por ninguna razón aparente, esos casos sucedieron en Andalucía, pero no fueron los únicos más sonados, en el resto de España también sucedieron varios asesinatos que conmocionaron a todo el país.

Murcia 2000. ‘El asesino de la katana’.


El recuerdo de la matanza perpetrada por José Rabadán, un joven murciano de 17 años, quedó para siempre ligado al arma que utilizó para acabar con su hermana, de 9 y con síndrome Down, y con sus padres. Fue bautizado como ‘el crimen de la katana’. Tampoco en esta ocasión resultó posible hallar un móvil que ayudase a entender lo ocurrido. Se barajó la hipótesis de la maligna influencia de un videojuego violento, pero los peritos judiciales aseguraron que acabó con su familia por resentimiento; finalmente, se impuso la tesis de los psiquiatras: psicosis epiléptica derivada de una lesión cerebral. La explicación de Rabadán fue mucho más lacónica. «Quería estar solo», dijo.
El veredicto: seis años en internamiento terapéutico y dos en libertad vigilada. En 2006, cumplido el primer periodo –con el único sobresalto de un intento de fuga en una salida con cuidadores–, fue trasladado a Cantabria, donde quedó a cargo de una asociación perteneciente a la Iglesia Evangélica.
«Por lo que sabemos, sigue haciendo su vida con normalidad», explica Jesús Rodríguez, jefe de la sección de Medidas Judiciales del Servicio de Atención a la Infancia, Adolescencia y Familia de Cantabria. «Cumplió cinco años de medida y ha ido alcanzando objetivos formándose, trabajando e incluso estableciendo relaciones personales, y no le conocemos hechos delictivos».
Ceuta 2001. El repartidor degollado.
Las ceutíes Narima, Miriam y Esther también rondaban los 17 cuando en 2001 mataron a Enrique Ruiz, de 27, un repartidor de bocadillos que acabó degollado por el forro de un cable de ducha que las muchachas habían cruzado de lado a lado de la carretera.
Al parecer, todo se debió al afán de venganza contra el novio de una de ellas, que acababa de romper la relación y que ni siquiera pasó por allí. Ellas nunca confesaron, y la condena –entre dos y tres años de encierro, y otros tantos de libertad vigilada–, fue dictada a partir de pruebas aportadas por los testigos.
«Fue una imprudencia grave, pero no un homicidio imprudente –aclara Juana Albarracín, defensora de Narima–. El juez dijo que, aunque no querían matar, pudieron imaginarse las consecuencias de su acción y, a pesar de ello, siguieron adelante. Yo creo que en la vida pudieron imaginarse algo así. Todo ese tiempo encerradas a mí me pareció mucho. No digo que no haya que castigarlas, pero es que, aunque parezca una burrada, sé que algunas de ellas estaban jugando. No estamos hablando de niñas homicidas: fue una concatenación de mala pata. Yo no supe más de ellas. Quedó pendiente el tema de la indemnización, que al ser solidaria sufrió más la familia que tenía algo, unos pobres padres que llevaban toda una vida trabajando para comprar una casa y poco más».
Madrid 2003. El caso de Sandra Palo
Difícilmente puede superarse el grado de maldad alcanzado en el asesinato de Sandra Palo, muerta a manos de cuatro jóvenes delincuentes en Madrid en 2003. Sandra, una chica de 22 años con cierta discapacidad intelectual, fue abordada cuando volvía de madrugada a casa acompañada por un amigo. Introdujeron a la fuerza a la pareja en el coche que conducían –robado–, del que echaron al muchacho antes de llevar a Sandra hasta un despoblado para violarla.
Francisco Javier Astorga, con 18 años, era el único mayor de edad. Con él estaban Ramón Santiago Jiménez y José Ramón Manzano, ambos de 17, y Rafael García, de 14. Todos ellos se turnaron para sujetar a Sandra y abusar de ella. Cumplido su objetivo, decidieron, para ahorrarse complicaciones, terminar con ella. Pero no de cualquier manera: la atropellaron una y otra vez, aplastándola contra el muro y pasándola por encima con el coche hasta una docena de veces. Para borrar las huellas se les ocurrió quemarla. Fueron los cuatro a la estación de servicio más cercana a por un euro de gasolina. Volvieron junto a ella, la rociaron con el combustible y le prendieron fuego, a pesar de que aún movía los brazos como intentando incorporarse. Así acabó su tormento.
Detenidos y juzgados, Astorga, alias ‘el Malaguita’, fue condenado a 64 años de cárcel; a Santiago Jiménez, ‘Ramón’, y Manzano, ‘Ramoncín’, les cayeron ocho de internamiento y cinco de libertad vigilada. ‘Rafita’ García se llevó la pena más leve: cuatro años de encierro y tres de libertad vigilada. Como estaba previsto, en 2007 salió a la calle y pronto se convirtió en el mejor argumento para quienes defienden un endurecimiento de la ley. Los once delitos que ha cometido desde entonces –la mayoría, robos con fuerza– demuestran la inutilidad de todos los esfuerzos dedicados a su rehabilitación.
Ripollet (Barcelona) 2008. Morir por un beso
María Dolores (o ‘Maores’, como se hacía llamar) se condenó sin saberlo en el momento en que colgó en internet un vídeo dándose besos con el chaval que le gustaba. Sergio, compañero de Segundo de ESO en su instituto de Ripollet, pasó de ser su amor a su asesino. ‘Maores’ bajó de casa ilusionada la noche del 31 de octubre de 2008 cuando supo que él la esperaba en la calle. Iba acompañado por Luis, otro amigo de clase. Los tres tenían 14 años.
Seguro que ella pensó en algo romántico mientras se encaminaban a un paraje solitario. Cuando se dio cuenta de lo que realmente quería Sergio, fue demasiado tarde para escapar: mientras Luis aguardaba a prudente distancia, él sacó una navaja y la cortó el cuello, y después le molió el cuerpo a palos. Todavía respiraba cuando la dejó tirada. Media hora después, Sergio y Luis chateaban. «(…) i cojido la navaja i se le metido dnd el cuello i le rajado; yo creo k ta muerta», cuenta Sergio partiéndose de risa. «jaja», le contesta Luis. «Lo de atrás lo del cogote dnd la nuca ta toda bollado i eso», insiste el primero. Según Luis, no es para tanto: los padres de Maores «ia tienen un ijo pa ke kieren mas, jaja».
Cuando se vio acorralado, Luis delató a Sergio, que primero confesó que la mató porque oía unas voces y después se inventó a un gitano malo –«Abel»– culpable de todo. No sirvió de mucho: recibió una condena de cinco años de internamiento y tres de libertad vigilada como autor del crimen; para Luis, cooperador necesario, la condena fue similar.

Fuente: http://www.hoy.es/20120429/mas-actualidad/sociedad/menores-asesinos-201204290007.html

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